martes, 6 de marzo de 2018

Cosas que jamás te diré I




Y ahora te miro. Estamos sentados cada uno en su sofá; cada uno elegimos el que sería el nuestro en cuanto nos sentamos por primera vez aquel 13 de mayo de 2017 que entramos a vivir aquí. Cuántas ilusiones. Que cúmulo de sensaciones entremezcladas. Recuerdo cuando lo vimos por primera vez, que te dije: “no, no me interesa, vamos a ver el otro”. Y ni siquiera le presté atención. Hasta que me detuve a mirarlo más detenidamente: me encantó la habitación rosa, con su mobiliario de la bella y la bestia. Creo que fue lo que hizo que dijese: esta casa tiene que ser mía. Parece un detalle absurdo pero miré aquella habitación de niña y, aún a sabiendas de que en el futuro sería diferente y tendría otros muebles, vi a mi hija correteando por allí en unos años. Fue como una imagen fugaz que me llenó la mente. Además el resto de la casa estaba bien, una buena distribución, espaciosa, y a un precio imposible de volver a encontrar. Y con cochera. Yo y mi cochera para poder dormir tranquila por las noches. Y después de muchos miedos y luchas con el banco, nos la compramos. El primer día que entramos, no cuando la arreglábamos o trabajábamos en ella, no, el primer día que entramos para vivir, para empezar nuestra independencia, nuestra vida en pareja juntos, no se me olvidará jamás. Recuerdo que cenamos pizza y ponían el festival de Eurovisión en la tele. Lo vimos porque me gusta hacerlo; ya es como una costumbre que tengo cada año. Y desde esa noche, elegimos el que sería para siempre nuestro sofá: tú el grande y yo el pequeño. Y aquí seguimos, diez meses después, en la misma posición, cada uno en su sofá, separados pero más unidos que nunca porque acabamos de superar el bache más grande de nuestra relación. Siento que empiezo a respirar aire limpio, que te miro y veo en ti más allá de todo lo que demuestras a flor de piel. Sin rencor, sin reproches, sin nada que esconder. Te miro y siento como se me entorna la mirada, como me quedo embobada sin poder decir nada de nada. Simplemente estoy enamorada. Tan sólo te miro. Estás en pijama recostado en el sofá y cada vez que te sorprendo mirándome de reojo me respondes con una media sonrisa satisfecha que dice  “te quiero”. 

Eres perfecto. Físicamente eres perfecto, y te deseo a cada hora que pasa. Te haría el amor a cada momento porque es la forma más sincera que tengo de decirte lo que te necesito dentro de mí, de mi vida. Jamás había tenido esa sensación de placer tan desatado; jamás había sentido tanto unos besos. Y es que los tuyos me gustan demasiado. Me besas demasiado bien, y eso me asusta, porque cada día que pasa estoy más enganchada a ellos y a ti. Dicen que el enamoramiento sólo dura seis meses, que después esa sensación desaparece y sólo queda el querer. Sinceramente, creo que la persona que dijo esto nunca había estado realmente enamorada. Pero como persona eres aún mejor. Sé que siempre he dicho que no, que eres lo peor, una mal chico, que no sabes hacerme feliz y mil cosas más de las que me arrepiento muchísimo porque no sabía el daño que te generaba todo eso. Ahora sé que tienes tu parte humana y vulnerable como todo el mundo, y que aunque no llores, tienes el corazón tan arañado como yo y a veces no he sabido curarlo.  Hoy, a pesar de estar en sofás diferentes, nos siento más pegados que nunca porque siento que esta vez el vínculo se ha reforzado tanto que nada ni nadie podrá romperlo ni aflojarlo. Creo que por primera vez desde que nos vimos, que por primera vez desde que comenzamos con esta relación de locura, empezamos a estar en la misma sintonía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario